Romina creció en Ciudad de México, donde todos son grandes forofos del fútbol y cualquier sitio puede convertirse en un campo improvisado. Tuvo que darse prisa para ponerse al nivel de su hermano y sus primos, determinada como estaba a marcar goles en su barrio. Los domingos, después de la comida, toda la familia salía al jardín a echarse un partido.

Pero, a medida que iba creciendo, se dio cuenta de que el fútbol no ofrecía las mismas oportunidades a todo el mundo. Mientras que su hermano y sus primos persiguieron su sueño de convertirse en futbolistas profesionales, Romina tenía problemas hasta para poder entrenar.

En la universidad, Romina se unió a un club de fútbol femenino y descubrió que sus compañeras también tuvieron que esforzarse mucho para jugar al deporte que tanto les gustaba de niñas. De hecho, una de sus amigas tuvo que vestirse de niño para poder jugar.

Entonces pensó: "¡Tiene que haber una manera de lograr que el fútbol sea accesible para las niñas de todo el mundo!".

Romina ya sabía que el fútbol puede enseñar habilidades más allá de hacer pases y chutar a portería. Quería utilizar este deporte para transmitir a las niñas valores relacionados con la comunicación, el liderazgo y la comunidad. Así nació la idea que daría lugar a Girls United, su organización. Girls United ofrece a las niñas una oportunidad para jugar al fútbol y aprender habilidades para la vida.